Oscar Iván Zuluaga, en blanco y negro
Óscar Iván Zuluaga, candidato presidencial. |
En la puerta de la oficina más grande del segundo
piso hay un aviso que dice: “Despacho Presidencial”. Está en una vieja casona
del sector de Chapinero, a 6 kilómetros de la Casa de Nariño, en donde pretende
instalarse el 7 de agosto.
Es el centro de operaciones de la campaña de Oscar
Iván Zuluaga, quien ha sido profesor universitario, presidente de empresa
familiar, alcalde y concejal de su pueblo, senador, ministro de Hacienda,
escudero de Álvaro Uribe y ahora candidato a la Presidencia de la República.
Su oficina es simple. Minimalista, diría un
diseñador de interiores. Afuera hay unas fotografías inmensas de paisajes
cafeteros. Antes de la entrevista llegaron a cambiarle su esquema de seguridad.
Seguramente le pidieron que fuera juicioso con los controles.
Que la disciplina
es el mejor amigo para evitar situaciones de riesgo. Tal vez, un tema tan serio
por el que acababa de pasar facilitó que, sin ninguna restricción, muy
relajado, contestara todas las preguntas de un cuestionario que buscaba
mostrarlo por encima (¿o por debajo?) de la ortodoxia de una campaña que
requiere libreto en mano y cabeza fría para evitar errores que echen al traste
con la votación el 25 de mayo.
No
sonó ningún teléfono, nadie interrumpió. Él tenía los cinco sentidos puestos en
la entrevista. Fue más de una hora, todo un privilegio cuando las agendas se
hacen irreconciliables y el estrés por los votos no tiene freno. Conserva el
acento paisa y por momentos tiene el mismo timbre de voz de Álvaro Uribe.
Oscar Iván Zuluaga nació en Pensilvania, un pueblo
pegado a la montaña caldense, hace 55 años, en una familia de comerciantes,
nada pequeña. Su papá, Ovidio Zuluaga, tuvo 12 hermanos, y su mamá, Carina
Escobar, 17. Es el segundo de cuatro
hermanos. Su papá era comerciante de café y luego fue importador de granos,
licores, parafina y papel.
A Bogotá llegó hacia 1966, por iniciativa de su
mamá. Era indispensable que la familia llegara a la capital del país para que
los hijos pudieran estudiar, algo que fue esquivo para la generación anterior.
En un camión, por una carretera en no muy buenas condiciones, los Zuluaga
Escobar se echaron 12 horas para llegar a Bogotá, más exactamente al sector de
Chapinero, a la vivienda de una tía.
Era la primera vez de Oscar Iván en la capital, una
ciudad de agua fría y mucha neblina en la mañana. Para entonces, con apenas
siete años, no veía igual que sus hermanos y era una de las mayores
preocupaciones de su mamá, quien rápidamente ubicó al mejor oftalmólogo de la
época para que tratara al niño.
Tenía astigmatismo hipermetrópico, dijo sin parpadear el doctor español José
Barraquer, toda una eminencia en la materia, quien para entonces proyectaba
construir la clínica que hoy es visitada por pacientes de todo el mundo. “Si a este muchacho no lo traen hubiera tenido
muchos problemas de visión”. Por muchos años cargó gafas muy gruesas con la que
podía ver sin problema.
Esa limitación visual le
impidió prestar el servicio militar, a pesar de su insistencia para hacerlo así
fuera en una oficina.
Pero es solo uno de muchos apuntes que sacó de sus
recuerdos de infancia. Fue un estudiante muy aconductado en el Liceo Cervantes.
Jugó mucho fútbol como volante de contención. Por iniciativa de su papá y con
15 años trabajó algunas semanas en la construcción de una bodega de la familia
bajo la tutela de un maestro de obra. Y en otras vacaciones ofreció a locales y
oficinas del centro de Bogotá el whisky que su papá importaba, cuando tenía el
negocio en San Victorino.
Estudió economía en la Javeriana, se ganó el premio
Anif a mejor tesis de grado, lo que le facilitó irse para Inglaterra a hacer
una maestría en economía de las finanzas.
En cada momento de la entrevista, Oscar Iván Zuluaga
se enorgullece de sus orígenes y es vehemente cuando recuerda momentos
importantes de su vida política, particularmente cuando fue concejal y alcalde.
“Era un concejo de lujo” o “hicimos lo que nadie había hecho” aparecen en el
relato de sus inicios en la política.
Pensilvania hace parte de su razón de ser. El pueblo
siempre está en su radar. Como les pasa a quienes algún día se fueron. Es una
colonia unida. No pierden de vista lo que significa ser de allí. La lucha que
les costó cada paso en el desarrollo del municipio y también la aventura de
irse para Bogotá, en donde hay una colonia inmensa pero unida. Parte de la
misma se reunía, por allá en la década de los 80, en una casa del Barrio
Quiroga a tomarse unos tragos del aguardiente amarillo de Manzanares y a bailar
al son de Los Hispanos y Los Graduados.
La familia de Oscar Iván no es la excepción. Además
de tener un pie en el pueblo y el otro en cualquier parte del mundo, tiene
claro sus orígenes políticos. Precisamente, en la familia está el sello de su
actividad política. Su mamá era militante fuerte del Partido Conservador cuando
Álvaro Gómez y Misael Pastrana Borrero, el papá de Andrés, se disputaban los
votos. Su abuelo era un declarado “laureanista”.
Los Escobar, la familia
de su mamá, también tiene un sello
empresarial. A finales de los años 60 se montaron en la aventura de importar
teja de zinc de Japón. Crearon Acerías de Colombia (Acesco) y rápidamente
construyeron una fábrica en Bogotá. En los 80 ya tenían otra en Barranquilla.
Hoy es líder en la producción de acero laminado en frío, tejas de zinc
onduladas, acero galvanizado y un largo portafolio para la arquitectura
metálica.
El arranque de Acesco coincide con los tiempos en
que Oscar Iván le metió mano a la política. Primero, como “alvarista”, en los
70, y luego en un movimiento cívico de origen godo que creó para combatir a los
barones electorales de los 80 en Caldas.
Ayudó a fundar el partido de La U y
ahora es el candidato presidencial por Centro Democrático. En últimas, ha
cargado con sus ideas y convicciones pero no ha renunciado a ellas.
Su amistad con el expresidente Álvaro Uribe no es
reciente. Es desde que este fue gobernador de Antioquia, cuando las Farc se
empezaron a meter en Pensilvania.
¿Cuál
fue su primer contacto como activista político?
Tenía
15 años cuando ayudé a la campaña de Álvaro Gómez en 1974, cuando disputó la
presidencia con Alfonso López. Trabajé mucho en la gran manifestación que se
hizo de cierre en Bogotá, cuando llenamos la Plaza de Bolívar. Todos me decían:
"con esa manifestación se va ganar". La derrota fue enorme. Desde
allí entendí que no necesariamente por el hecho de que uno haga manifestaciones
se va a ganar.
¿Cuándo da el primer paso en firme en la política?
Hacia
finales de los 80. En Pensilvania hubo un problema de violencia política muy
fuerte. El papá de Luis Alfonso Hoyos era representante a la Cámara. Tuvo una
enfermedad y murió antes de la primera elección popular de alcaldes. Para 1988,
con Luis Alfonso decidimos constituir un proyecto político. Era un movimiento
cívico donde había apoyo diferentes vertientes. Había una base del Partido
Conservador. Luis Alfonso encabezó la lista para el Concejo de Pensilvania y a
mi me puso en el renglón 7. Eran 13 concejales. Yo trabajaba en Bogotá, pero en
los fines de semana hacía campaña. La elección fue muy exitosa porque ganamos
la Alcaldía y sacamos ocho concejales. La particularidad era que a todos los
municipios de Caldas, incluido Manizales, los controlaba la maquinaria de
Víctor Renán Barco y de Omar Yepes. En el único en el que no ganaron fue en
Pensilvania.
¿Cómo llegó a la Alcaldía?
Nos
fue muy bien en el Concejo. Luis Alfonso se lanzó a la Cámara y me propuso la
candidatura para la Alcaldía. Le dije que era difícil. Me acababa de casar y
trabajaba en un negocio de mi papá, una importadora de papel. Pero un día al
llegar a mi casa encontré cien telegramas de ciudadanos de Pensilvania que me
pedían que me lanzara para alcalde. Llegué a contar 2.700. Y acepté. Fue una decisión familiar. Mis compañeros me
decían: "está loco, usted graduado en el exterior, con un empleo, pudiendo
progresar y se va para un pueblo".
¿Cómo se desarrolló la campaña?
Ocurrió
algo muy tenaz. Nosotros teníamos la bodega en Paloquemao, muy cerca del
edificio del DAS, en los tiempos de Pablo Escobar. Todos los días llegaba a la
bodega a las 7 de la mañana, pero el 6 de diciembre de 1989, por cualquier
circunstancia, llegué a las 7:15. Yo era el que abría la bodega, de manera que
los empleados estaban afuera. Cuando ya iba cerca, en la 30 con 19, fue la onda
explosiva. Era el atentado al DAS. Destrucción total. No hubo víctimas entre
los trabajadores. Viví en carne propia el drama del narcotráfico. Lo perdimos
todo. La consecuencia natural era renunciar a la aspiración de la alcaldía.
Pedí que me dieran una semana para estudiar qué iba a hacer. A la semana reuní
a mi papá, a mi mamá, a mis hermanos y a mi esposa. Les dije, “si ustedes me
apoyan no renuncio a la candidatura”. Entonces mantuve la campaña en medio de
esa situación, combinando las dos cosas.
Y ganó…
Fue el
fenómeno político en Caldas. Arrasamos el Concejo, ya teníamos 11 de 13 concejales. Era una
alcaldía de dos años y yo hice un plan de gobierno súper detallado, con
recursos y fuentes de financiación. Además propuse una alianza estratégica
entre el Estado, la comunidad y el sector privado para fijarnos una meta y
reducir la pobreza. Pensilvania era el segundo municipio más pobre de Caldas,
después de Samaná. En 1990 tenía 7.200 casas, la mitad sin luz. Pero ya
habíamos empezado en el 88 a mostrar nuestro talante, cuando a Luis Alfonso se
le ocurrió que el gran aliado fuera el Comité de Cafeteros, para que manejara
toda la plata del municipio. Cuando fui alcalde plantee rápidamente eso y
empezó a ser muy atractivo.
¿Qué reconocimientos tuvo?
El Banco
Mundial y el BID hicieron una evaluación de la descentralización en América
Latina y seleccionaron entre los casos al de Pensilvania. En una cumbre de
Hábitat, Pensilvania fue destacado por el Banco Mundial como un modelo de
descentralización y de gestión pública por el enfoque de alianza estratégica
con reducción de la pobreza. La mayor prueba de ese modelo fue el foro de
inversionistas que hice en Pensilvania, en el segundo semestre de 1991. Le
propuse a la Universidad Autónoma de Manizales que escogiéramos cuatro
proyectos productivos que fueran rentables. Llevamos 110 empresarios. De esos
cuatro proyectos, tres se convirtieron en realidad.
¿Quiénes son sus mejores amigos?
Porque
lo he construido en la política, Luis Alfonso Hoyos. Y hay otra persona que fue
mi compañero de universidad, Fernando París, que me acompaña en muchas cosas
políticas. Ellos son dos amigos íntegros de toda la vida.
Como caldense, lo imagino hincha del Caldas...
Soy
hincha del Caldas, pero tengo un respeto por el juego del Deportivo Cali,
porque cuando llegué a Bogotá a dos hermanos de mi mamá les gustaba mucho el
fútbol y nos invitaban los domingos al estadio. Y en esa época el mejor equipo
y el que quedaba campeón era el Cali. En la época del 65, 66, 67.
¿Qué lo desconcentra?
Ponerme
a ver un partido de fútbol me parece un programazo. Llegar a la casa, poderme
sentar en la silla del cuarto y ver un partido me desconecta.
¿Va al estadio?
Muy
poco. Era muy hincha y viajaba. Pero las ocupaciones lo van sacando de eso.
¿Lo han atracado en la calle?
Una
vez. Cuando estaba en el colegio me robaron el reloj. En la universidad me
robaron las farolas del carro que me prestaba a veces mi papá para ir a clase.
Era un grupo de reducidores y me impuse una meta: voy a encontrar este grupo y
lo voy a desmontar. Pusimos la carnada, capturamos a los tipos y fuimos hasta
donde les compraban. En eso me ayudaron dos compañeros.
¿Es católico?
Sí, de
misa y comunión.
¿Le han propuesto cambiarse de religión?
No,
pero tengo muy buena relación con los movimientos cristianos porque compartimos
muchos ideales, en la concepción de la familia, la vida, el matrimonio.
¿Cuánto tiene en la billetera?
Cuatrocientos
mil pesos que acabo de retirar del banco.
¿Es socio de algún club?
Sí, de
Los Lagartos. Es una de las cosas en las que también mi mamá indujo a mi papá:
tener un club donde pudiéramos hacer deporte. Cuando llegamos a Bogotá por lo
que los hermanos de mi mamá ya habían tenido acceso a este club logramos el
ingreso. Y lo que más he disfrutado es que cuando podía, porque ya no, es que
hacía natación.
¿Algún país le ha negado la visa?
Sí. Me
tocó en Francia. Me había ido a Estados Unidos a hacer un curso intensivo de
inglés por cinco meses después de terminar la universidad. Y en esa época me
tocó ir al Congreso Mundial de Aiesec en Dinamarca. En Washington, en el centro
donde estaba me dieron una carta y me dijeron que con ella validaba la visa en
cualquier consulado en Europa. Terminé el Congreso, llegué a Bruselas, tuve un
percance, me robaron la billetera y tenía la cita en la embajada de Estados
Unidos en París. Yo tenía aspecto de estudiante, tenía barba y me habían robado
los papeles. Además, colombiano, que era tremendamente estigmatizado. Cuando
llegué a la entrevista con el cónsul fue espantoso. Me dijo: “no le damos la
visa y le cancelo la que tiene”. Me tocó cambiar todos los planes y venirme
para Colombia. Y mi reto fue lograr que me dieran de nuevo 1la visa. Me costó
casi dos años hasta que logré que me regresaran la visa.
¿Ha sido víctima de la justicia?
He
sido investigado. Lo más duro fue cuando la parapolítica siendo Ministro de
Hacienda. Me posesioné y a la semana reventó. Era un Miércoles Santo. Usted se
imagina la semana de pasión que tuve. Fue un momento muy difícil. Le dije al Presidente Uribe que me
iba a tocar renunciar porque era el Ministro de Hacienda que tenía que dar
confianza a los mercados. El Presidente no aceptó y me tocó un reto muy grande
que fue lograr la verdad judicial. Le pedí a la Corte, a la Procuraduría, a la
Fiscalía, que me investigaran. Dos años después se me archivó todo tipo de
investigación.
¿Tiene crédito con bancos?
Tengo
un crédito de consumo y otro crédito a cinco años, con los cuales me he ido
apoyando para poder solventar parte de mis gastos y poder atender este
compromiso de la campaña.
¿Cómo se vive de la política?
Me ha
tocado hacer un esfuerzo muy grande para sostenerme y estar en la política.
Cuando fui alcalde le dije a mi señora: nos vamos a vivir con sueldo de
alcalde. En esa época en Pensilvania yo ganaba 300 mil pesos y vivimos en el
pueblo con el sueldo de alcalde. Cuando fui senador viví con el sueldo de
senador. Y ahora que he tenido que estar en esta campaña política, pues ha sido
mucho más difícil porque no puedo hacer ninguna otra actividad.
¿Ha manejado borracho?
Una
vez en la universidad. Me choqué y asumí mi responsabilidad. Y me pasó con un
hijo que se estrelló cuando yo era ministro de Hacienda. Cuando supe la noticia
salí y le exigí a la Policía que cumpliera con todo el rigor lo que la ley
contempla. Mi hijo fue llevado a la URI, le hicieron sus exámenes, le quitaron
su licencia de conducción y tuvo que suspender su pase.
¿Qué impuestos paga?
Todos.
El impuesto predial, que subió este año, casi se duplicó. Cuando me
corresponde, Industria y Comercio. Y el impuesto a la renta. No califiqué para
el impuesto al patrimonio.
¿Hace mercado?
Me
encanta acompañar a mi señora cuando puedo. A ella le encanta mercar en la
noche y no le gusta ir conmigo porque dice que echo de todo. Por rapidez, a
ella le gusta mucho en Olímpica. A mí me gustaba ir al Éxito, a las tiendas
grandes.
¿A qué EPS está afiliado?
A
Aliansalud. La prepagada es Colmédica.
¿En dónde cotiza para pensión?
En
Protección.
¿Cuándo fue la última vez que hizo cola?
La
hice para retirar de un cajero esta mañana. Me ofende no hacer cola. A todos
los de seguridad les he dicho que soy un ciudadano. Y tal vez una de las cosas
que más me han servido en la política es
nunca olvidar que un cargo público es pasajero. Usted al final del día vuelve a
ser un ciudadano. Lo pensaba como ministro de Hacienda. Andaba en carros
oficiales con seguridad porque esas son las normas. Cuando dejé de ser ministro
salí a coger un taxi. Nunca he dejado de ser un ciudadano que cumple su deber.
Y es tal vez el título que a mí más me honra.
¿Qué es ser un buen ciudadano?
Es
cumplir las normas, hacer la cola, no hacer trampa, no engañar. Y en eso tengo
muchísimas anécdotas de gente que me dice “yo le vendo sin factura”. Soy una
persona que vivo la legalidad, el respeto a la autoridad, a la ley. Es uno de
los valores que más me afianza en mi aspiración a la Presidencia de la
República.
¿Qué le ha quitado la circunstancia de tener
escoltas?
La
espontaneidad. No poder estar mucho más cerca a las personas. Eso me aburre.
¿Qué cosas ha dejado de hacer por esto de la
seguridad?
Soy
casado con barranquillera y el éxito del matrimonio es que aprendí a bailar.
Ella me enseñó que el baile es un lenguaje. La alegría de la gente de la Costa
está asociada a lo que es el baile. Lo mejor que yo puedo hacer es invitarla a
bailar. Muchas veces me restringe todos estos esquemas de seguridad. Esa vida
me ha quitado esto.
¿Alguna vez ha pedido trabajo?
Cuando
regresé de Inglaterra pasé mi hoja de vida en algunas empresas y en algunas
universidades. He tenido la oportunidad de trabajar en los negocios de la
familia.
¿Ha sido agricultor?
Cuando
fui alcalde tuve una primera experiencia que fue un fracaso. Sembré fríjol en una pequeña parcela. Me fue
como a los perros en misa. La plaga se comió la cosecha y perdí toda la
inversión. La agricultura es un tema muy complejo porque depende del tiempo. Y
el patrimonio se juega todos los días. Ahí entendí que la agricultura debe
tener protección, muchas garantías para que alguien esté dispuesto a asumir
esos riesgos.
¿Ha montado en TransMilenio?
Mucho.
Ahora no por razones de seguridad. En bus y buseta, toda la vida en la
universidad. Me ocurrió una anécdota después de ser ministro de Hacienda. Cogí
una buseta en la Javeriana, me monté y me senté. Se subió una niña y me dijo:
“Yo a usted lo conozco. Usted es Oscar Iván Zuluaga, fue ministro de Hacienda”.
Y me dijo: “Mi mamá le hace masajes a su mamá”. Y más adelante otra señora se
subió y me dijo “usted es Oscar Iván Zuluaga, lo conozco porque yo trabajé en
una casa con una de sus tías”.
¿Ya cambió el pase?
Tengo
dudas si está vigente o no porque el pase mío no tiene fecha de vencimiento. Mi
señora me ha dicho que sí y otros me dicen que no.
¿Cuánto hace que no maneja?
A
veces me les escapo a los de seguridad y doy por ahí una vueltica.
¿Qué carros tiene?
Tengo
una Pathfinder modelo 99 y una Chevrolet Captiva.
¿Con cuánto tanquea al mes?
Para
cada carro, cuando me piden para el tanqueo, toca poner 100 mil pesos sobre la
mesa para que les echen gasolina.
¿Cuáles son sus destinos turísticos preferidos?
Me
encanta ir a Pensilvania. Me gusta mucho ir a la Costa, viajar por carretera,
recorrer el país, entenderlo. Me apasiona lo de Europa por el mundo fascinante
de la cultura.
¿Vive en casa o en apartamento?
En
apartamento.
¿Qué es lo que más le gusta de ese apartamento?
Que es
propio. Que es fruto de mi trabajo. Un apartamento sencillo que pagué con un
crédito de Upac. Me tocó la crisis de la construcción del año 99 y me tocó
refinanciar el crédito. En total duré 18 años pagando el apartamento.
¿Cuánto hace que no va a cine?
Hace
mes y medio con mi señora. Y ya no me acuerdo el título de la película. A mi
señora le encanta el cine. Pero va sola porque yo nunca estoy.
¿Compra películas piratas?
No.
Eso sí tampoco. En mi casa eso es prohibido. Todo es legal. Mis hijos sufren
porque saben que si yo detecto algo…
¿Qué ve en televisión?
Me
gustan los noticieros, los programas de opinión y los deportes.
¿Cuántos celulares tiene?
Uno.
El mismo número desde que empecé a tener celular, por eso lo sabe todo el
mundo.
¿Quiénes son sus hijos?
David,
el mayor, de 24, hizo filosofía en Harvard y suspendió su doctorado en
Princeton para ayudarme en la campaña. Mi segundo hijo, Esteban, terminó
comunicación de medios audiovisuales, le gusta la fotografía y hace prácticas
en la campaña. Y Juliana, de 19 años, empezó a estudiar en la Universidad de
Los Andes. El año pasado cuando terminó el colegio se fue tres meses a un
voluntariado en el Africa. Vivió en una comunidad pobre de Nairobi. Mi esposa
se llama Martha Ligia Martínez. Es administradora de empresas de la Universidad
del Norte.
¿Tiene tableta, chatea o la tecnología lo arrolla?
La
tecnología me cuesta más trabajo. Hago lo básico. Tengo mi celular y tengo
whatsapp, pero trato de hablar por teléfono con mis hijos.
¿Y la redes sociales?
Muy
poco pero las valoro mucho. Lo que más me angustia de ellas es la crueldad y
que se despoja de todo sentimiento humano. Es grave porque detrás de la
crueldad se puede afectar la integridad de las personas. Es un tema muy
delicado que no tengan límite.
¿Cómo es su historia como Presidente de Acesco?
En
1993 se dio el relevo generacional de la familia en Acesco. La segunda
generación salió de la dirección y de la presidencia y entramos mi hermano y
yo. Nos tocó manejar el proceso de internacionalización. Estuve nueve años. Hoy
es una gran empresa que exporta y con expansión industrial por su localización.
¿Es dueño en Acesco?
No.
¿Y su mamá?
Ella
sí por ser de la familia.
¿A qué le tiene miedo?
A la
mentira. Por eso me dolió tanto lo del Presidente Santos. No puedo con el
engaño, con la deslealtad.
¿Cuál es su modelo de país?
Un
país por encima de todo educado y de oportunidades. Y que tenga un valor: que
se le proteja la vida y la libertad a cada ciudadano.
¿Qué piensa del aborto?
Soy un
defensor de la vida desde su concepción hasta su muerte.
¿Del matrimonio gay?
No
estoy de acuerdo porque se convierten en familia y eso lleva a la adopción.
Pero respeto la privacidad, creo que las parejas del mismo sexo deben tener
acceso a seguridad social, se les debe respetar el tema patrimonial y sus
derechos civiles.
¿De la dosis personal?
No
estoy de acuerdo ni con la legalización ni con la dosis personal.
¿Le cree a las encuestas?
Son
interesantes, pero son muy peligrosas porque se vuelven obsesión.
¿Qué hace que sea diferente a Uribe cuando sea
Presidente?
Como
Ministro de Hacienda demostré que tengo la capacidad, el talante y el sello
propio. El ministro de Hacienda en el gobierno Uribe fue Oscar Iván Zuluaga. La
crisis la manejó Oscar Iván Zuluaga. Y eso muestra la responsabilidad.
En una frase, ¿qué piensa de Juan Manuel Santos?
Nos
engañó y nos ha hecho trampa.
Clara López…
Una
mujer demócrata valiosa.
Marta Lucía Ramírez…
Preparada,
capaz, luchadora.
Enrique Peñalosa…
Buen
alcalde, gran ejecutor.
Comentarios