A propósito de Álvaro Gómez Hurtado
Por estos días se conmemoran 20 años del asesinato del dirigente conservador. En varios medios de comunicación se han hecho análisis y remembranzas de lo que fue. Pero varios, para no decir todos, pasaron de largo en lo que realmente significó para el país. Por este motivo, desempolvo esta columna de Antonio Caballero publicada en Revista Semana el 6 de noviembre de 1995.
Álvaro Gómez Hurtado
Por: Antonio Caballero
Como cada vez que hay muerto grande en Colombia, amigos y enemigos coinciden: "¡Qué bueno era!".
Pero de esas necrologías corteses está hecha en buena parte la
falsificación de nuestra historia, que nos impide comprenderla. Por eso ahora,
ante el asesinato de Álvaro Gómez Hurtado, me permito discrepar de esa
unanimidad hipócrita que llora su cadáver. Creo que hacerlo es, además,
respetar la verdadera dimensión histórica del personaje, que antes de muerto
grande fue un vivo grande: pero no ese cruce improbable de Montesquieu,
Leonardo y la madre Teresa que pinta en estos días la prensa, sino uno de los
políticos más nefastos y dañinos que se hayan visto en esta tierra de políticos
dañinos y nefastos que es la nuestra.
Nefasto, por violento. Acaba de perecer víctima de la violencia, que condenamos
todos. ¿Todos? No: él no. Durante toda su larguísima vida política -50 años-
Álvaro Gómez Hurtado fue un tozudo predicador de la violencia como instrumento
de la política. Empezó con sus arrebatos juveniles a favor de «la acción
intrépida y el atentado personal» , persistió en su madurez con la incitación
al aniquilamiento físico de las «repúblicas independientes» , se empecinaba
todavía en su vejez con el embeleco de que había que «tumbar el régimen» .Hace
apenas un par de años se definió a sí mismo, sin arrepentimiento, como «un
soldado de primera línea» .Pues nunca pudo aprender nada del hecho de que esa
violencia que predicaba y practicaba hubiera resultado siempre contraproducente
para sus propios fines.
De la guerra contra los liberales, el incendio de sus periódicos y de las casas
de sus jefes, no salió la victoria de sus ideas, sino el derrocamiento del
gobierno de su padre. El bombardeo de la “republicas independientes” expandió
rápidamente la guerrilla al país entero, en vez de eliminarla. Y el régimen no
ha caído, sino que el mismo Álvaro Gómez Hurtado está muerto.
La violencia que propugnó no soluciona los problemas, sino que los agrava.
Violento desde el poder. Porque si bien se presentaba últimamente (ya lo había
hecho antes: casi en cada oportunidad electoral)como un adversario del régimen,
su biografía ilustra todo lo contrario. Salvo en los cuatro años de su exilio
bajo la dictadura de Rojas, toda la larguísima carrera política de Álvaro Gómez
Hurtado se desarrolla desde el poder. El de su padre primero, de quien fue la
«eminencia gris». y luego, derrotado muchas veces en sus aspiraciones
presidenciales (bajo diversos nombres y diversas banderas: Álvaro Gómez
Hurtado, el Salvador Nacional, bandera azul, bandera de cuadritos, bandera de
arco iris), desde el poder de sus adversarios, a quienes, en vez de oponerse,
prefirió siempre extorsionar para sacarles «cuotas» .Cuotas para mantener su
ficción de ser periodista independiente» (la Operación K para financiar su
diario El Siglo, la concesión del Noticiero 24 Horas en la televisión del
Estado) y cuotas burocráticas para sostener su farsa de ser un «parlamentario
independiente», como lo decía todavía, sin sonrojo, en recientísima entrevista:
ministros ( en el gobierno actual todavía ), directores de instituto,
gobernadores, telegrafistas, barrenderos embajadores. El mismo fue embajador
varias veces: de Ospina, de Barco en los Estados Unidos, de Gaviria en Francia
(sin contar la “palomitas” en la ONU). y senador toda la vida, y jefe
hereditario de medio Partido Conservador desde los 30 años, y designado a la
presidencia y presidente de la Asamblea Constituyente.
La simple enumeración de los cargos públicos ocupados por Álvaro Gómez Hurtado
coparía entera esta columna, y basta para demoler su desfachatada pretensión de
haber sido «la oposición al régimen» .El régimen era é1. Y de su corrupción
-evidente- carga él con buena parte de la responsabilidad.
Porque una «oposición» que consiste simplemente en extorsionar al poder para
poder participar en él, no sólo no ayuda a depurar la podredumbre, sino que
contribuye a aumentarla.
Cabrían más cosas. ¿Servidor público? El propio Gómez resumió su tarea como
embajador en Francia diciendo que le había servido «para ir mucho a la ópera».
¿Patriota? Su desprecio por el país -desprecio racial, cultural, político, y
hasta físico- se resume en una anécdota: invitado, en tiempos del «proceso de
paz» de Betancur, a entrevistarse con la guerrilla en Casa Verde en la Uribe
para discutir sobre la paz, se negó con desdén: «No está uno para ponerse a visitar
lejanías». Porque Colombia le quedaba muy lejos.
Que lo lloren sus deudos. Pero que no vengan a llorar ahora, al amparo de su
muerte violenta, a tratar de convencemos de que Álvaro Gómez Hurtado era un
héroe.
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