Europa buscará vida en Marte en en 2016
La Agencia Espacial Europea (ESA) abordará
en el 2016 el proyecto ExoMars,
una ambiciosa misión científica con rumbo a Marte que aspira a resolver una
milenaria cuestión filosófica: ¿Estamos solos en el universo?
En algún momento aún por determinar del próximo mes de marzo, la misión despegará desde la base rusa de Baikonur en un cohete Protón-M que transportará en su interior una cápsula con un pequeño robot programado para recoger tierra marciana y averiguar si el planeta vecino pudo albergar vida.
Tras un 2015 dulce, embebido en gran medida del éxito del aterrizaje en un cometa de la sonda Rosetta en noviembre de 2014, y con nuevo director general a los mandos, el alemán Johann-Dietrich Woerner, la ESA se prepara para una aventura marciana que Europa desarrolla con la agencia rusa Roscosmos y que ha requerido 15 años de recorrido político, científico e industrial.
La ambiciosa misión, plato fuerte del calendario europeo espacial del año entrante, ha precisado también 1.200 millones de euros para llegar a un planeta situado a 77 millones de kilómetros de la Tierra, y cuya órbita alcanzará nueve meses después del lanzamiento.
En 2018, la nave expulsará un platillo llamado Schiaparelli, que atravesará la atmósfera marciana con dirección a la región Oxia Planum. La nave, de 600 kilos, frenará con un paracaídas y acunará el aterrizaje con pequeños chorros de propulsión cuando se aproxime a 2 metros del suelo.
A continuación, desplegará varios paneles solares, extenderá sus patas y escupirá una rampa por la que descenderá un módulo con ruedas y cámaras para explorar el terreno hasta encontrar un lugar idóneo para excavar. Localizado ese punto, el "rover" desplegará un taladro para extraer una muestra a dos metros bajo tierra, una profundidad inédita en Marte, donde hasta ahora solo se había recogido tierra a pocos centímetros de la superficie, nunca en el subsuelo.
Durante cuatro días, el aparato se dedicará a analizar esas muestras y a enviar los resultados a su nave matriz, que durante cinco años permanecerá en la órbita de Marte, indagando sobre sus gases atmosféricos. El "rover" se convertirá en el cuarto aparato controlado que pise suelo marciano (hasta ahora todos de la NASA).
La ESA y el Reino Unido ya llegaron a Marte con el Beagle en 2003, pero se perdió contacto con el aparato al entrar en contacto con la superficie porque dos de sus cuatro paneles solares no lograron desplegarse y bloquearon su antena de comunicaciones. Así que el primer cometido de ExoMars será demostrar que Europa puede realizar un aterrizaje controlado en el planeta rojo.
La misión arrancará en una coyuntura de interés creciente hacia Marte, que actualmente sobrevuelan sondas como la india Mangalyaan o la estadounidense Maven y del que no dejan de llegar ilusionantes noticias. Cada vez hay más consenso sobre la posibilidad de encontrar en nuestro gélido planeta vecino restos de alguna forma de vida y el pasado septiembre la NASA anunció el descubrimiento de agua líquida en Marte: una salmuera tóxica que aparece en verano y desaparece en invierno.
Algunos científicos lo ponen en duda y creen que solo son gases, pero los investigadores son relativamente optimistas respecto a que en los últimos 3.600 millones de años haya podido existir vida microbiana en Marte. Eso supondría que la Tierra no es el único planeta habitado.
ExoMars además allanará el camino hacia una misión no tripulada a Marte de ida y vuelta, prevista para 2020, y empujará la investigación por un camino cuya próxima gran frontera será llevar astronautas al planeta rojo para saber si el ser humano puede vivir como forastero en otros mundos.
La NASA espera colocar astronautas orbitando alrededor de Marte en la década de 2030 y más adelante en la superficie, con el sueño de establecer allí una colonia. Pero los continuos bandazos de la carrera espacial estadounidense invitan a considerar el dato con prudencia. Los académicos creen que se podría provocar un calentamiento global, letal en la Tierra pero que podría convertir el gélido Marte en un mundo habitable para los seres humanos, a muy largo plazo.
(Tomado de EFE)
En algún momento aún por determinar del próximo mes de marzo, la misión despegará desde la base rusa de Baikonur en un cohete Protón-M que transportará en su interior una cápsula con un pequeño robot programado para recoger tierra marciana y averiguar si el planeta vecino pudo albergar vida.
Tras un 2015 dulce, embebido en gran medida del éxito del aterrizaje en un cometa de la sonda Rosetta en noviembre de 2014, y con nuevo director general a los mandos, el alemán Johann-Dietrich Woerner, la ESA se prepara para una aventura marciana que Europa desarrolla con la agencia rusa Roscosmos y que ha requerido 15 años de recorrido político, científico e industrial.
La ambiciosa misión, plato fuerte del calendario europeo espacial del año entrante, ha precisado también 1.200 millones de euros para llegar a un planeta situado a 77 millones de kilómetros de la Tierra, y cuya órbita alcanzará nueve meses después del lanzamiento.
En 2018, la nave expulsará un platillo llamado Schiaparelli, que atravesará la atmósfera marciana con dirección a la región Oxia Planum. La nave, de 600 kilos, frenará con un paracaídas y acunará el aterrizaje con pequeños chorros de propulsión cuando se aproxime a 2 metros del suelo.
A continuación, desplegará varios paneles solares, extenderá sus patas y escupirá una rampa por la que descenderá un módulo con ruedas y cámaras para explorar el terreno hasta encontrar un lugar idóneo para excavar. Localizado ese punto, el "rover" desplegará un taladro para extraer una muestra a dos metros bajo tierra, una profundidad inédita en Marte, donde hasta ahora solo se había recogido tierra a pocos centímetros de la superficie, nunca en el subsuelo.
Durante cuatro días, el aparato se dedicará a analizar esas muestras y a enviar los resultados a su nave matriz, que durante cinco años permanecerá en la órbita de Marte, indagando sobre sus gases atmosféricos. El "rover" se convertirá en el cuarto aparato controlado que pise suelo marciano (hasta ahora todos de la NASA).
La ESA y el Reino Unido ya llegaron a Marte con el Beagle en 2003, pero se perdió contacto con el aparato al entrar en contacto con la superficie porque dos de sus cuatro paneles solares no lograron desplegarse y bloquearon su antena de comunicaciones. Así que el primer cometido de ExoMars será demostrar que Europa puede realizar un aterrizaje controlado en el planeta rojo.
La misión arrancará en una coyuntura de interés creciente hacia Marte, que actualmente sobrevuelan sondas como la india Mangalyaan o la estadounidense Maven y del que no dejan de llegar ilusionantes noticias. Cada vez hay más consenso sobre la posibilidad de encontrar en nuestro gélido planeta vecino restos de alguna forma de vida y el pasado septiembre la NASA anunció el descubrimiento de agua líquida en Marte: una salmuera tóxica que aparece en verano y desaparece en invierno.
Algunos científicos lo ponen en duda y creen que solo son gases, pero los investigadores son relativamente optimistas respecto a que en los últimos 3.600 millones de años haya podido existir vida microbiana en Marte. Eso supondría que la Tierra no es el único planeta habitado.
ExoMars además allanará el camino hacia una misión no tripulada a Marte de ida y vuelta, prevista para 2020, y empujará la investigación por un camino cuya próxima gran frontera será llevar astronautas al planeta rojo para saber si el ser humano puede vivir como forastero en otros mundos.
La NASA espera colocar astronautas orbitando alrededor de Marte en la década de 2030 y más adelante en la superficie, con el sueño de establecer allí una colonia. Pero los continuos bandazos de la carrera espacial estadounidense invitan a considerar el dato con prudencia. Los académicos creen que se podría provocar un calentamiento global, letal en la Tierra pero que podría convertir el gélido Marte en un mundo habitable para los seres humanos, a muy largo plazo.
(Tomado de EFE)
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