La guerra en medio de los sueños de paz
Iván Marino Ospina. |
A propósito del proceso de paz que adelantan el Gobierno y las Farc, me tomé el atrevimiento de reproducir un relato de Jorge Iván Ospina, médico, ex alcalde de Cali e hijo de Iván Marino Ospina, uno de los comandantes históricos del M-19. Da la dimensión de las implicaciones de la guerra. Jorge Iván tenía 20 años cuando ocurrió esto, cuando el proceso de paz en el gobierno de Belisario Betancur agonizaba y a dos meses y medio de la toma del Palacio de Justicia. Este es el relato:
El tiempo, solo el tiempo logra borrar los momentos más difíciles, sin embargo muchos de ellos se escriben con sangre y dejan huellas permanentes.
Es difícil recordarlo con detalle. En ocasiones voy al apartamento
en la unidad Santiago de Cali con el propósito de revivirlo y aunque allí están
las mismas paredes y algunos de los muebles,
no puedo. El tiempo y la necesidad de borrarlo intentan ser más fuertes.
Sabía que estábamos en guerra. Tengo grabadas las palabras premonitorias
de mi padre: “En una guerra es muy fácil morir y en esta guerra que libra el ‘M’
muchas personas morirán antes de conquistar la paz”. Esas tres letras me motivaron a salir de La Habana,
mi refugio -“mi todo refugio”-, para ver lo que todos llamaban el diálogo nacional
y la oportunidad de paz. Sin embargo, como ha ocurrido de manera sistemática y no
silenciosa, muchos más le apostaron a la guerra, a la muerte de unos y de otros,
de acá y de allá, como consignando para siempre,
o por lo menos por mucho tiempo, que para este pueblo la paz no sería un parto fácil.
Una noche hace 27 años*, estábamos viendo las noticias y alguien
tocó a la ventana. Un vigilante de acento caucano susurró: “lo están buscando, saben
dónde vive”. Junto a mi familia, iniciamos una huida sin éxito. Por horas rondamos
en un pequeño carro por el centro, pensamos en subir a Siloé o ir al Distrito. Incluso
contemplamos viajar hacia el Cauca, pero pudo más la confianza y nos dirigimos al
oeste de Cali, a Los Cristales.
Hablamos, había alegría: una vez más mi papá se alejaba de la
prisión o la muerte. Ya habían pasado unas horas de la primera información y él
sentía que allí estaba seguro. En medio de llamadas y obvias conversaciones, mis
padres me indicaron dónde dormir. Esa noche tuve un sueño corto en el que me trasladé
al mar, en donde recogía estrellas y caracoles y veía grandes buques.
De pronto, me desperté con un estruendo mientras gritaban
mi nombre. Él estaba tranquilo, más sereno que de costumbre y con un fusil en sus
manos, me dijo: “Cuida a tus hermanos”. El combate se llenó de consignas para amedrentar
al enemigo y superar el miedo, la pólvora enardece, se aspira y a su vez motiva,
los tiempos son eternos y durante algunos minutos todo se estremece. Tiros van y
vienen, cada bala suena un par de veces, a su salida y en su inevitable punto de
llegada. Casi está amaneciendo, mientras suena el teléfono se encima al contrario.
Entonces mi padre salió a la terraza. Intenté hacerle retroceder pero entonces se
escucharon dos silbidos: uno rozó mi cuello y el otro fatalmente certero atravesó
su tórax. “Me mataron” me dijo, como queriéndome
decir más cosas pero sin poder. Lo retiré de la línea de fuego y le cerré sus párpados:
grité por un rato.
Quedé paralizado y aturdido, todo me daba vueltas, solo escuchaba
un zumbido lejano y largo, como de una chicharra. El tiroteo se agudizó y copó cada
espacio. Sentí que caían pequeñas cargas de explosivos y las consignas eran ahogadas
por armas de mayor calibre. El único compañero que aún respondía al fuego se parapetó
en el segundo piso y me dijo adiós con la mano mientras la familia Marín se resguardó
en el baño.
En un instante reaccioné, decidí abrazarlo y besarlo. Lo arreglé,
le repetí cuánto lo quiero, cuánto lo amo. Ya nada importaba y aunque el tiroteo
continuó y las balas estallaban cerca de mí, no me pasó nada. Su cuerpo aún se sentía
caliente y me preocupaba que estuviera expuesto. Lo moví hacia adentro y seguí abrazándolo
como fantaseando con curar sus heridas y evitar que el frío penetrara en su cuerpo.
Seguidamente recogí sus documentos y armé un incendio con ellos. Luego hice una
llamada, no recuerdo a quién y le conté: “Papá ha muerto”.
Cuando se ha perdido tanto lo demás no importa. Se soporta la
tortura, la cárcel y la ausencia de todo. Por un tiempo se autoincrimina y se culpa,
pero cuando se supera llega una motivación especial de trabajar para que no ocurra
más: Liderar para transformar, comprendiendo que no somos un pueblo malvado destinado
a matarnos por siempre.
Sí señor Presidente, “La paz es la victoria”
Pero no la paz en vano para que todo quede igual: ésa no es duradera,
es efímera. Se trata de hacerla con una base ética construida colectivamente, con
perdón, reconciliación, reparación y rectificación. Con verdad, que intervenga las
causas de la guerra que ha motivado a algunos y obligado a otros a empuñar el fusil,
la que transforma la tenencia de la tierra y define que la unidad nacional no es
con los mismos de siempre. Es con los afros, indígenas, ambientalistas, raspachines,
mineros legales e ilegales, deportistas, gestores culturales y campesinos. Ésa es
la unidad nacional que alcanzará la victoria y tal como usted lo dijo: “La paz es
la victoria”.
*Los sucesos narrados corresponden a la muerte en combate de Iván
Marino Ospina Marín el 28 de agosto de 1985 en el barrio Los Cristales de Cali.
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