Gardeazábal y 'Cóndores no entierran todos los días': Los 50 años de un mito
En 1971 se publicó ‘Cóndores no entierran todos los días’, novela del escritor colombiano Gustavo Álvarez Gardeazábal. Medio siglo después será publicada en inglés por editorial de Texas. La historia contada por el autor.
El escritor Gustavo Álvarez Gardeazábal es una de las
conciencias que tiene Colombia, un país que ha pasado por una variada gama de
violencia.
La estatura literaria de Gardeazábal, como se le conoce, compite
con la influencia que tiene con sus opiniones diarias sobre lo que ocurre en su
país. Tiene 75 años y sigue provocando a la opinión
pública con sus posiciones adversas a la formalidad de una sociedad que utiliza
la doble moral para transitar entre la legalidad y la ilegalidad.
Entre otras cosas, el valor del
escritor colombiano, nacido en Tuluá, en el corazón del departamento del Valle
del Cauca -cuya capital es Cali-, radica en la vigencia de su obra más
reconocida, ‘Cóndores no entierran todos los días’, escrita con la vida de un
pueblo como telón de fondo, y en donde ocurren las más atroces venganzas por la
rivalidad política a finales de la década de los años 40 del siglo XX.
La novela se publicó en 1971, hace 50
años, cuando Gardeazábal, para entonces con 25 años, ya había incursionado en
la literatura con varios escritos, en los que ya mostraba una manera de abordar
las tragedias humanas y esa conexión entre lo que en realidad ocurre y lo que
la sociedad quiere tapar.
La historia de ‘Cóndores’ se concentra
en lo ocurrido, en la vida real, con la lucha bipartidista en Tuluá, pero en lo
que hizo León María Lozano, un dirigente conservador, señalado como ‘Pájaro’,
es decir, miembro de un escuadrón armado que asesinaba a sus rivales liberales.
Fue protagonista el 9 de abril de 1948 cuando en Bogotá fue asesinado el líder
liberal Jorge Eliécer Gaitán, magnicidio que representó el aumento de la
violencia política.
Después de medio siglo, la novela
tendrá su traducción en inglés, luego de muchos tropiezos.
AL DÍA encontró a Gardeazábal en su finca, en el corazón
del Valle del Cauca, para hablar de los orígenes de ‘Cóndores’, de su
importancia y de detalles hasta ahora poco conocidos de su trajinar en la
literatura.
¿Cuándo decide
escribir ‘Cóndores’?
Es fruto de haber
vivido en Tuluá en plena violencia, pero también porque estudié literatura. Me
gradué en letras con una tesis de grado haciendo una comparación entre la
novela de violencia publicada en Colombia hasta el año 68 y las novelas de la Revolución
Mexicana, porque tuve un director de tesis al profesor Walter Langford, decano
vitalicio de la Universidad de Notre Dame, en Indiana. Era experto en novela de
la Revolución Mexicana y regaló los libros a la Universidad del Valle. Me leí esas
252 novelas y las 56 que habían salido en Colombia hasta ese momento. Y me fui
a vivir Pasto (suroccidente colombiano), porque si no hubiera vivido allá no la
habría escrito. La distancia era suficiente. Si ahora es lejos, en esa época era
mayor.
¿Cómo fue la
reacción cuando salió la novela?
La reacción
indudablemente fue de polos opuestos. Una, la de los que todavía vivían y que
aparecían en la novela, porque se sentían partícipes. Y así como soy
responsable del mito de León María Lozano, el mito me abofeteó de niño. En el
colegio empezaron a contarme de cómo León María, con un taco de dinamita en una
mano y un pucho en la otra, había parado la turbamulta del 9 de abril de 1948.
Entonces eso era un mito público y muchos contaban lo que habían presenciado.
¿Cuál ha sido la
huella que ha dejado ‘Cóndores’?
Terminó convertida
en un icono de la novela colombiana y como tal las referencias van desde
Polonia hasta Japón, y no ha sido traducida al japonés, ni al polaco. Y me
siguen escribiendo profesores de universidades de Inglaterra, Bélgica, Estados Unidos,
México y Chile. En la celebración de los 50 años en Colombia me di cuenta de que
hace parte del patrimonio nacional y la gente la quiere. Hay la sensación que
teníamos hace cincuenta años por ‘María’ (Jorge Isaacs) y por ‘La Vorágine’
(José Eustasio Rivera).
¿Cuál es la
vigencia de ‘Cóndores’ viendo el país de ahora?
Sigue siendo
totalmente valida. El país ha cambiado, pero la esencia con la que Colombia
actúa y juzga sigue siendo igual.
‘Cóndores’ está en
los límites entre la historia y la literatura y es referente de esa época de la
violencia en Colombia.
Mientras más días
pasan y pese a los problemas editoriales, los profesores ponen a los
estudiantes de bachillerato a leerla. Por eso han abundado las ediciones
piratas y ahora ni siquiera las imprimen. Les mandan a los muchachos el enlace
en el cual pueden leerla completa pirateada. Alguien me preguntaba cuántos
ediciones pueden haber salido. Alcancé a comprar 107 de las piratas que veía
por ahí, hasta que me mamé. Pero siguen
saliendo.
¿Y qué pasó con las
ediciones legales?
Hubo muchas y pasó
por muchas aventuras. Hace diez años perdí al editor, a Panamericana, porque
intentó renovarme contrato cambiando el título de la novela. Lo puso como
condición. Le respondí: “No renuevo. Si usted no tiene sentido comercial, no
tengo que hacer nada en esta editorial. Cómo es posible que una marca vendida
durante cuarenta años la va a tirar por la ventana. Y segundo, me parece muy
bruto que una novela que es puesta en todos los colegios le vaya a cambiar el
título por alguna satisfacción caprichosa”. Me dio tanta rabia que busqué al
rector de Universidad Autónoma Latinoamericana (UNAULA) y al jefe editorial y
les dije: “Les regalo por escritura pública todos los derechos con tal de no
saber más de estos hijueputas editores”.
¿Por qué no se
tradujo antes ‘Cóndores’?
Lo más curioso es que
sólo pudo ser traducido en este momento por primera vez al inglés. No lo
intentaron antes porque me dijeron que era muy difícil. Y lo otro porque quienes
lo intentaron tenían un sino trágico. Enrico Ciccona me tradujo primero ‘Dabeiba’
para La Feltrinelli. Cuando vio el éxito me dijo: “vamos a traducir ‘Cóndores’”.
Empezó, pero se fue 15 días a Somalia. Le dio el virus del ébola, que entonces
no se llamaba ébola, y lo mató. Hasta ahí llegó la traducción al italiano. Después
una señora Campa, que había oído a Ciccona, de la Universidad de Pisa, me dijo
que le autorizara la traducción, comenzó a hacerlo y nunca más volví a saber de
ella. En Austria quisieron hacer una traducción hace unos años al alemán, que
ya me habían traducido ‘El Divino’. Escogieron a un señor que alcanzó a venir a
verme. Pasado un tiempo no volvió a mandar nada. Un día una amiga común que
vive en Austria me escribió: “murió y voy a tratar de recoger los textos de la
traducción”. No se pudo porque el señor era bastante desordenado y traducía un
pedazo por aquí y otro pedazo, por allá. Por último, Jonathan Tittler, mi
biógrafo, de la Universidad Cornell, resolvió hace dos años que iba a hacer la
traducción para que estuviera junto con la celebración de los cincuenta años.
Comenzó, pero le dio Covid. La terminó hace seis meses y se firmó un contrato
con una compañía. Pero hubo una quiebra de editoriales en Estados Unidos, entre
esas la que iba a publicar ‘Cóndores’. Ya había perdido la esperanza y hace un
mes me escribió diciéndome que el contrato fue puesto como parte pago a una
editorial pequeña en Texas. Ahora a finales de noviembre se firmó. Es posible
que sea realidad.
Usted no ha dejado
de escarbar en la cotidianidad los temas álgidos para la sociedad conservadora.
Me ha costado
tranquilidad. Cuando combiné el ejercicio literario con el periodismo, con ‘La
Luciérnaga’ (exitoso programa radial), el problema fue peor. Terminé
construyendo una casita aquí al lado de ésta para que estuviera la escolta
policial. Pero lo otro es el vacío que un provinciano siente cuando sabe que lo
que está haciendo primero lo valoran como provinciano antes que como obra de
arte. No fui admitido por la crítica literaria bogotana. Y fue peor cuando
llegué a publicar, antes de ‘Cóndores’, tres cuentos en la revista Mundo Nuevo,
de París, sin salir del Valle del Cauca. En vez de exaltarme, me condenaron al
averno. Por eso, le dediqué ‘Cóndores no entierran todos los días’ al último
director que tuvo la revista Mundo Nuevo, el argentino Horacio Daniel Rodríguez.
Le dedique la novela a él porque fue el que me abrió las puertas de este mundo.
¿Cómo fue el camino
para que la novela saliera?
Nuevamente la
tormenta perfecta. Empecé la carrera literaria participando en concursos de
cuento en España porque estaba suscrito y recibía ‘La estafeta literaria de Madrid’.
Me gané varios. En uno de esos concursos, en La Felguera, fui finalista junto
con Pilar Narvión, que era corresponsal en París del Diario Pueblo de Madrid.
Ella tenía excelentes conexiones con el mundo intelectual. Cuando ella ganó el
premio y yo fui segundo, humildemente le escribí y comenzó una relación por
correspondencia desde cuando ya me iba a graduar en letras en la Universidad
del Valle. Cuando el premio de Manacor, me la jugué y puse que informaran del resultado
del premio a Pilar Narvión. El premio a ‘Cóndores’ lo otorgaron en agosto. Ella
inmediatamente me escribe y me dice: “dame autorización, yo me encargo de todo,
porque esto hay que aprovecharlo; un premio que otorga Miguel Ángel Asturias no
es muy fácil”. Y en menos de un mes ella tenía la novela en sus manos y ya se la
había entregado a Joseph Berger, el dueño de Editorial Destino y de la revista Destino.
El catalán le dijo: “La publico inmediatamente, es una novela fabulosa, de gran
categoría”. Ya había salido ‘Cien años de soledad’ en 1967, es decir, que
nosotros valíamos huevo. ‘Cien años de soledad’ fue una pared gigantesca para
toda la generación. En febrero de 1972 ‘Cóndores’ ya estaba a la venta. Es
decir, Pilar Narvión fue la gran gestora.
¿La universalidad de
la novela está dada por la relación entre violencia, amenaza y miedo?
En la
parroquialidad está gran parte de la universalidad del texto. Poder llevar la
parroquia al arte ha sido el éxito de los que han triunfado, es cuando las
novelas se reducen a un mundo pequeño. ¿Por qué se volvió importante ‘Ulises’ así
nadie lo entienda? Porque cogió un barrio de Dublín, el Dublín católico,
apostólico y romano, como otros. El resto es fruto de mis lecturas. Estudié a
profundidad la tragedia griega, como de la misma manera mis personajes son
psicológicamente tratados en la parroquia con unos elementos mínimos
distintivos: el asma de León María, las piernas en un plato con agua caliente, la
valentía de Pedro Alvarado. Me eduqué estudiando a profundidad a Thomas Mann y
leyendo con gusto y profundidad a los escritores rusos, sobre todo a
Dostoievski. Ellos son los maestros de los personajes psicológicos. Soy fruto
de todas las lecturas.
Comentarios