La democracia, en la mira de la extrema derecha
La toma del palacio presidencial, del Congreso y del Supremo Tribunal Federal en Brasilia, este 8 de enero, por una multitud de simpatizantes de Jair Bolsonaro reitera la línea de la extrema derecha en el continente de no aceptar la derrota en las urnas. Un pésimo síntoma de los retos que afronta la democracia en esta parte del mundo.
Está claro que lo que está pasando en Brasil no es un hecho casual y menos aislado. Bolsonaro, que prefirió irse del país antes de reconocer la victoria de Lula, hace parte de un grupo de políticos de la región que han echado mano a las mismas estrategias para ganar elecciones y polarizar sus países.
Vamos por partes. En la región hay un despertar político por la reivindicación de sectores tradicionalmente segregados y de mayorías abandonadas por el Estado, la lucha contra la pobreza y la desigualdad, el reconocimiento de la diversidad y de la inclusión, el protagonismo de la mujer en todos los ámbitos, avances en temas impensables en otros tiempos como la despenalización del aborto, el reconocimiento de derechos a personas LGBTIQ+ y de parejas del mismo sexo, la conciencia del respeto efectivo del medio ambiente…
A esto se suma el surgimiento de liderazgos que le apuntan a un cambio efectivo de las condiciones de vida de las comunidades. Hacen parte de una visión más amplia de la política, al margen de sectarismos y en la búsqueda de coaliciones sostenibles para lograr propósitos comunes.
En contraste, se consolidó una extrema derecha regional y nacional que echó mano a excusas religiosas y a mentiras reiteradas para impedir los logros de mayorías y minorías desprotegidas y el avance de liderazgos. Con el uso y abuso de redes sociales y medios de comunicación arrastran la conciencia de miles de personas que se comen el cuento de todo lo que dicen.
Mentiras. Eso fue lo que empleó Donald Trump para llegar a la Presidencia de Estados Unidos. Y ganó. Ocurrió en otras partes del continente y del mundo (Reino Unido cayó en la trampa de quienes se oponían a la Unión Europea y en un plebiscito se dio el Brexit; Italia le abrió la puerta a la extrema derecha y lo está lamentando).
En Colombia se inventaron el cuento del castro-chavismo para engañar incautos, al punto que se empleó la misma estrategia en las pasadas elecciones en Estados Unidos por cuenta de la campaña de Trump. Y ha recorrido todo el continente con el sofisma que si ganan los sectores progresistas (la izquierda o la centro izquierda o una coalición amplia) los países de vuelven como Venezuela en el peor momento de su crisis política y económica. En Colombia también, ganó el No a la Paz en el plebiscito que avalaba el Acuerdo Final con las FARC. Una vergüenza. El uribismo acudió a las mentiras para espantar de decenas de miles de votantes.
El cuento del castro-chavismo
es una mentira orquestada por la derecha republicana de Florida, por el
uribismo es Colombia, por la derecha de Chile, Bolivia, Honduras, Ecuador, El
Salvador, Argentina, Brasil…
Una de las más graves consecuencias es la polarización política, que busca radicalizarlo todo y hacer ver que no hay término medio: vida o muerte. Una narrativa peligrosa, similar a la manera como se atacó a partidos y movimientos de izquierda en plena Guerra Fría.
Ha implicado el desconocimiento de las minorías, de la diversidad y de la inclusión, el rechazo a la legalización del aborto, el fortalecimiento de sectas religiosas que alimentan el odio y el sectarismo. Hay un discurso racista, centralista, excluyente… El desconocimiento de la existencia del cambio climático... Buscan a toda costa no perder los privilegios del poder, del que han abusado por décadas para su beneficio. Sin duda no es solo una expresión de la política, sino que cofluyen grupos económicos que, además, tienen poderosos medios de comunicación.
Pues bien. Ya la mentira no les funciona y prefieren llamar a esas multitudes de ignorantes y fanáticos a arrasar con la democracia y a no reconocer la derrota en las urnas. Pasó con Trump y sus seguidores enceguecidos que asaltaron el Capitolio el 6 de enero de 2021 porque no reconocían la victoria de Joe Biden y que se perdió por una conspiración. Acaba de pasar en Brasil y han echado la misma historia en Colombia, solo que no se ha llegado al escenario de trumpistas y bolsonaristas, pero ganas no les falta a senadores, expresidentes y excandidatos presidenciales.
Mentiras, historias conspirativas y manipulación de conciencias es una mezcla peligrosa para la democracia. Por eso, el gran reto para los liderazgos regionales progresistas es fortalecer un bloque que contrarreste esos vientos de desestabilización. Ahí está la clave.
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