Entrevista de ADN con Aurelio Suárez, candidato del Polo a la Alcaldía de Bogotá


Aurelio Suárez, candidato del Polo.
 Usted ha hablado de 12 familias y tres multinacionales que tienen el poder en Bogotá. ¿Quiénes son?

 Son las familias a las que Antanas Mockus y Enrique Peñalosa les entregaron las fases I y II de TransMilenio. Voy a mencionar algunas: Cubides, Herrera Barona (Grupo Fanalca), Ríos Velilla, Martínez, Ruiz, Prieto... Son estas y otras, todas vinculadas al tema del transporte en la ciudad. Son dueñas de los buses rojos, de los verdes, de las empresas afiliadoras de buses, microbuses y busetas. Pero, además, las familias Herrera Barona y Ríos Velilla siguen siendo los dueños de dos de los cuatro contratos de aseo. Y los Herrera Barona, además, están asociados con un grupo financiero y con la multinacional Proactiva para manejar la planta de tratamiento de agua potable de Tibitó. Y Proactiva es la empresa que manejó durante 10 años el relleno sanitario y hoy tiene dos de las cinco zonas e que se dividió el acueducto de Bogotá para la gestión privada de comercialización y mantenimiento de redes. Los otros tres concecionarios son el grupo Correa y Entesa y la otra era del Grupo Nule. Y el nombre común en esas privatizaciones es Paul Bromberg.

¿En qué se traduce ese monopolio?

 Lo que se ha producido es un traslado de valor del ciudadano de a pie, de los consumidores, de los pasajeros, de los suscrpitores de servicios públicos residenciales, a este monopolio privatizador. Ese es el problema principal. En TM, en la energía, a Bogotá le están sacando los ojos y los usuarios estamos subsidiando al monopolio. Yo hice un cálculo y me da que en 10 años les hemos trasladado, por vía pasajes, pagos y beneficios indirectos, por descapitalización de las empresas, unos 10,9 billones de pesos. Los contratos que se hicieron son leoninos, completamente lesivos para la ciudad.

¿Cuál es el caso de la energía?

Cuando la multinacional Endesa tomó el control del servicio de energía en Bogotá, había un empleado por cada 600 usuarios; hoy hay uno por cada 1.500. Se ganaron casi el triple en eficiencia y eso no se traslada a las tarifas residenciales. Pero, sí han sacado la plata para descapitalizar la empresa y recuperar lo que invirtieron. Aquí lo que ha habido es un saqueo y hay que demontar esas estructuras o, de lo contrario, Bogotá pagará las consecuencias.

¿Cuál es el impacto de este panorama sobre la gente?

El perjuicio a la ciudad se da mediante una serie de trucos técnicos que incorpora la tarifa. Por ejemplo, en TransMilenio hay un costo de reposición del bus y eso está mal, porque ese costo no puede ser por promedio por cada pasajero, sino por algo más sofisticado que es el costo marginal. El caso del alumbrado es más aberrante: a Bogotá, que prende 320 mil bombillos todas las noches, el usuario más grande del país, Endesa le cobra 120 mil millones de pesos al año. ¿Por qué tan caro? Porque nos cobran bombilla por bombilla y no un precio de usuario no regulado como sí son, por ejemplo, Paz del Río o Bavaria.

¿Cómo se desmontan esos contratos?

En los tribunales de arbitramento, en conciliaciones, pero hay que desmontarlos. El de TM demostró que no era riesgoso. En el de la energía hay que revisar la fórmula tarifaria. Ocho millones de personas no se pueden mover sobre la base de enriquecer a 12 famlias y a 3 empresas.

Aunque a las dos administraciones del Polo Democrático (Lucho Garzón y Samuel Moreno) se les reconocen logros importantes en el tema social (gratuidad en la educación, comedores comunitarios), se les critica por haber dejado perder la cultura ciudadana. ¿Cómo recuperarla?

Al Polo Democrático se le acusa de que dejó caer la cultura ciudadana, otro de los crímenes del Polo. Es que la cultura ciudadana, como estaba, no podía pervivir porque cuando usted concibe al hombre como no es, sobre una visión Hobbesiana (el hombre está regido por las leyes del universo), la cultura se cae.
La cultura de Antanas Mockus y de Paul Bromberg, la que nos dio tantos premios internacionales, parte de la base de que el hombres es malo y hay que corregirlo, aconductarlo. Premio y castigo, pirinola y no pirinola, ponga y quite... Este tipo de cultura no puede pervivir y si Mokus hubiera continuado 10 años en el poder, también se cae.

¿Cuál es la alternativa?

La cultura en derechos, el derecho positivo, el hombre como sujeto de derechos, como el ser que entiende que los suyos terminan donde comienzan los del otro. Eso nunca se ha enseñado en Colombia, y eso es lo democrático. La de Mockus y Bromberg era una cultura represiva, por eso se cayó.

¿Qué hacer, entonces?

Afortunadamente, Bogotá se liberó de esa cultura ciudadana, y ojalá no se vuelva a caer en ella. Ponerle a usted unos mimos para hechizarlo, para aconductarlo, eso es reaccionario, es casi ‘facho’. Hay que educar en derechos, en democracia. Usted no puede reemplazar la democracia por cultura ciudadana. Lo que se tiene que hacer es volver demócratas a los bogotanos. Y, si los vuelve demócratas, los vuelve buenos ciudadanos. El buen ciudadano no es fruto de una cultura de aconductamiento; es el que es producto de la democracia. El mejor hombre es el demócrata, el que conoce sus derechos, el que pelea por sus derechos, pero el que también respeta los derechos de los demás. Todo lo otro que se diga son cuentos. Sería una gran revolución cultural volver demócrata a la gente de Bogotá.

El Polo ha tenido una postura clara frente al TLC. En el caso de Bogotá, ¿cuáles serán las con secuencias del acuerdo con Estados Unidos?

El TLC que se acaba de aprobar es muy grave para Bogotá. Un estudio que hizo la Alcaldía en 2005 indica que los productos bogotanos que tendrían éxito en EE. UU. no llegan a 90 y que, en contraposición, los elaborados allí que podrían dañar el tejido productivo nuestro son como 870. Lo que se nos viene es un aguacero de segundazos, de remanufacturados. Lo más grave es que nos van a derrotar no con productos de primera, sino de segunda. Es una competencia desleal enorme y nos vamos a volver el basurero de los EE. UU. Además, hay otros dos elementos: la causa de la crisis económica es precisamente el excedente de mercancías y capitales que no hay dónde colocar para negociarlos. Entonces, esos países abren la tronera, libre flujo de capitales y mercancía, y se meten en la casa a hacer lo que les da la gana. Segundo, una política económica de puertas abiertas es el tubo de desfogue de la crisis, y todo eso es lo que va a recibir Bogotá, que es el 25 por ciento del PIB del país.

En su campaña ha hablada de soberanía alimentaria. ¿Cómo está la ciudad en este aspecto?

El problema de la soberanía alimentaria es grave para Bogotá. ¿Cómo se alimenta? El 80 por ciento de la comida se produce 300 kilómetros a la redonda de la ciudad y el otro 20 por ciento es importado. Eso significa que Bogotá no puede autoabastecerse. Si viene en el mundo una crisis alimentaria, tenemos una vulnerabilidad que la gente no se imagina. Nuestras carencias en ese sentido no están en el frúver, ni siquiera en la carne o la leche; está en los cereales, que son vitales en la alimentación. Por eso, hay que empezar a producir cebada, maíz, trigo... Hay que desarrollar las cadenas de producción de cereales con las regiones vecinas y que la zona rural de l ciudad también aporte. Yo propongo la creación de zonas de reserva campesina en la Bogotá rural.

¿Por qué hay que votar por el Polo para la Alcaldía de Bogotá?

Hace ocho años, Bogotá emprendió un programa social para compensar los enormes traslados de ganancia y de renta pública, de plusvalía, que en este momento los pobres le están dando al monopolio privatizador. Esa política social logró compensa esa ecuación, pese a que se volvió a desequilibrar porque la voracidad del monopolio no tiene límites.  Ese programa es como una transfusión que le mete sangre a la mayoría de los bogotanos, pero también tenemos unas venas rotas con la privatización que nos la saca. Entonces, hay que cerrar las venas y meter más sangre. Colombia es el sexto país más desigual del mundo y Bogotá, la tercera ciudad más desigual de Colombia. Y si a una ciudad usted no le da equilibrio, no le da democracia, tampoco le puede dar progreso. Este enfoque me pone en contraposición con el presidente de Juan Manuel Santos, que va en dirección del control de los resursos, y nos convierte en la única candidatura de oposición al Gobierno.

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