De las encuestas y otras hierbas electorales
¿Por quién votarán los bogotanos, los caleños, los barranquilleros, los medellinenses? Si nos apegamos a las encuestas, la tendencia está clara. Pero hay ejemplos, muchos, de los descaches de quienes aplican estas consultas con posibles electores.
¿Se acuerdan cuando Lucho Garzón ganó la Alcaldía de Bogotá? Pues perdía en las encuestas frente a Juan Lozano.
El problema es que muchos electores acuden al voto triunfalista o al voto útil, que no necesariamente es beneficioso para la sociedad. Y ahí es donde tienen peso las encuestas. "¿Para qué voto por el candidato X si tiene el 1 por ciento en la encuesta de NNN?" o "Votemos por A para que B no gane", argumentan muchas y muchos, como si se tratara de un partido de fútbol y no de la decisión más importante sobre los destinos de la ciudad, el departamento o el país.
¿Cuántos en Bogotá votaron por Peñalosa y no contra Moreno de Caro cuando aquel fue Alcalde?
Para la mercadotecnia electoral, las encuestas son una herramienta idónea. Si el candidato o la candidata es gorda, flaca, rubia, alta, bajita, influirá en la decisión. Si habla bien o gaguea. Si usa gafas modernas o anticuadas. Si sube el tono de voz, si habla así o asá. Si es casado, soltero, viudo, divorciado. Si es o no madre soltera. La lista puede ser infinita. Pero la conclusión es la misma: miran la forma, pero no el fondo.
¿Ustedes creen que se es mejor o peor candidata o candidato si mide 1,50, es miope, no le gusta el fútbol, es vegetariano, le gustan las tiras cómicas, va a la peluquería cada dos meses o dedica una hora a jugar Wii?
No lo creo. Hay otros argumentos, de muchísimo más peso, que deberían tenerse en cuenta a la hora de escoger al candidato por el que votamos. Y hay uno que es vital: el sueño de sociedad. Por qué tipo de sociedad lucha desde la política. No es lo mismo aquel que piensa en el cemento, la modernización, las fachadas limpias y los buenos modales, que aquel o aquella que se preocupa por los más desprotegidos, porque esas mayorías tengan acceso de calidad a la propiedad urbana o rural, a la educación, a la salud, al empleo, a las oportunidades...
¿Qué sacamos con alguien que se para bien ante las cámaras, que sonría a toda hora, que habla sin tartamudear, que no les jala las orejas a los rivales, si lo que pretende es ignorar a la mayoría?
¿Qué tal si para unas elecciones no hacemos encuestas y nos concentramos más bien a leer, ver y escuchar a todos los candidatos para conocer que piensan de la vida? Tal vez así no nos dejamos llevar por el voto útil, sino por el inteligente.
Para la reflexión: ¿será que los candidatos cristianos y el del Polo en Bogotá apenas sacarán el 1 por ciento de la votación que dicen las encuestas? ¿Acaso el trabajo que hacen desde la base apenas les alcanza para eso?
Mi voto será por aquellos y aquellas que tengan como prioridad sacar a los pobres del barro, pero de verdad; que busquen romper con las mafias que están detrás de las ciudad y que sean consecuentes con sus principios de igualdad.
Hasta luego.
¿Se acuerdan cuando Lucho Garzón ganó la Alcaldía de Bogotá? Pues perdía en las encuestas frente a Juan Lozano.
El problema es que muchos electores acuden al voto triunfalista o al voto útil, que no necesariamente es beneficioso para la sociedad. Y ahí es donde tienen peso las encuestas. "¿Para qué voto por el candidato X si tiene el 1 por ciento en la encuesta de NNN?" o "Votemos por A para que B no gane", argumentan muchas y muchos, como si se tratara de un partido de fútbol y no de la decisión más importante sobre los destinos de la ciudad, el departamento o el país.
¿Cuántos en Bogotá votaron por Peñalosa y no contra Moreno de Caro cuando aquel fue Alcalde?
Para la mercadotecnia electoral, las encuestas son una herramienta idónea. Si el candidato o la candidata es gorda, flaca, rubia, alta, bajita, influirá en la decisión. Si habla bien o gaguea. Si usa gafas modernas o anticuadas. Si sube el tono de voz, si habla así o asá. Si es casado, soltero, viudo, divorciado. Si es o no madre soltera. La lista puede ser infinita. Pero la conclusión es la misma: miran la forma, pero no el fondo.
¿Ustedes creen que se es mejor o peor candidata o candidato si mide 1,50, es miope, no le gusta el fútbol, es vegetariano, le gustan las tiras cómicas, va a la peluquería cada dos meses o dedica una hora a jugar Wii?
No lo creo. Hay otros argumentos, de muchísimo más peso, que deberían tenerse en cuenta a la hora de escoger al candidato por el que votamos. Y hay uno que es vital: el sueño de sociedad. Por qué tipo de sociedad lucha desde la política. No es lo mismo aquel que piensa en el cemento, la modernización, las fachadas limpias y los buenos modales, que aquel o aquella que se preocupa por los más desprotegidos, porque esas mayorías tengan acceso de calidad a la propiedad urbana o rural, a la educación, a la salud, al empleo, a las oportunidades...
¿Qué sacamos con alguien que se para bien ante las cámaras, que sonría a toda hora, que habla sin tartamudear, que no les jala las orejas a los rivales, si lo que pretende es ignorar a la mayoría?
¿Qué tal si para unas elecciones no hacemos encuestas y nos concentramos más bien a leer, ver y escuchar a todos los candidatos para conocer que piensan de la vida? Tal vez así no nos dejamos llevar por el voto útil, sino por el inteligente.
Para la reflexión: ¿será que los candidatos cristianos y el del Polo en Bogotá apenas sacarán el 1 por ciento de la votación que dicen las encuestas? ¿Acaso el trabajo que hacen desde la base apenas les alcanza para eso?
Mi voto será por aquellos y aquellas que tengan como prioridad sacar a los pobres del barro, pero de verdad; que busquen romper con las mafias que están detrás de las ciudad y que sean consecuentes con sus principios de igualdad.
Hasta luego.
Comentarios